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Mario Francisco VALLS. El maestro infatigable
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Texto Completo
Mario
Francisco VALLS. El maestro
infatigable
Por
Marco Andrés Quelas
No
por casualidad Mario Valls vino al mundo el Día del Trabajo.
Nació
en una esquina de San Telmo cuando Buenos Aires era una ciudad de
inmigrantes a la vera del río y los almacenes y las quintas con verjas
no eran
infrecuentes por los arrabales del norte. Hijo de Mario y Micaela,
vivió la
mayor parte de su infancia junto a María Elena, su hermana menor, en
Caballito,
antes de que la ciudad estrenara su obelisco. Su padre le insistía
siempre que
fuera honesto y estudioso, mientras que su madre lo espoleaba para que
aprovechara las oportunidades de la vida: a los ocho años puso a Mario
a
estudiar inglés para comprobar, cuatro años más tarde, que su hijo,
obediente,
recitaba a Shakespeare de memoria.
Desde
chico, Mario tuvo una versión de la historia argentina de boca de
su padre, periodista del diario La Nación. En la adolescencia le
gustaba ir al
mar o al río y cuando volvía de esas excursiones, se sentaba a leer.
Solía
entretenerse con textos literarios y cuando la ficción lo aburría
devoraba los
infinitos libros de historia que poblaban la biblioteca
paterna.
Por
entonces era un joven inquieto que concurría al Colegio Nacional
Bernardino Rivadavia, en San Cristóbal, donde discutía con pasión con
sus
profesores de historia. A veces, Mario los corregía, lo que le hizo
ganar
algunas antipatías y le causó más de un dolor de cabeza.
Tenía
una insaciable curiosidad por el pasado, pero a la hora de elegir
se dio cuenta que con aquello sería difícil vivir y en cambio se
decidió por el
Derecho, una carrera con un horizonte más promisorio que encauzaría su
vocación
por la historia y las instituciones democráticas. No se equivocaba. Sin
embargo, más de una vez, sus ideales chocarían con la realidad. A fines
del
secundario formó parte de la Liga de Estudiantes Democráticos y luego
de un
homenaje a Sáenz Peña durante el gobierno de Perón-Farrell tuvo una
breve
incursión en la cárcel.
En
la Facultad, él y su grupo devoraban con fruición el “Nuevo Derecho”
de Alfredo Palacios e invitaban al autor al Centro de Estudiantes.
Allí,
escuchaban con fervor y admiración a ese hombre que había sido decano
en el 30.
Desde esa época, Mario alimentaba su vocación por la docencia y a los
veintiún
años ya era ayudante alumno en la Facultad de Derecho y Ciencias
Sociales de la
Universidad de Buenos Aires.
Como
le gustaban los temas relacionados con el campo se inclinó por el
Derecho Rural y en 1951, antes de recibirse de abogado, escribió junto
con
Carlos Spinedi “Derecho Agrario”, su primer libro. El Spinedi-Valls
sería el
libro de consulta obligado de las siguientes generaciones de
estudiantes.
Además de sus dotes de escritor, Mario tenía marcadas convicciones
políticas y
en ese entonces militaba activamente en el Centro de Estudiantes de
Derecho y
Ciencias Sociales.
En
1952 descubre una salina en Carmen de Patagones, la que explotará
durante los años siguientes, primero delegando su administración y
luego
haciéndose cargo personalmente.
En
1953 obtiene su primer trabajo como abogado de gerencia en el
Instituto Argentino para la Promoción y el Intercambio. Este organismo
monopolizaba el comercio nacional y controlaba la exportación de todo
tipo de
mercancías, desde telas y café hasta bananas.
Para
la misma época conoce a la que sería su mujer, Florencia Godoy, y
el 26 de marzo de 1954 se casa en la discreta y elegante capilla de San
Martín
de Tours, en Palermo.
En
1957 fue nombrado profesor de Derecho Agrario y Minero en la
Universidad Nacional de La Plata. Ese mismo año lo envían a Santa Cruz
para
organizar la Dirección de Minas y Energía de esa provincia, Tierra del
Fuego y
la Antártida. De allí pasa un breve tiempo en Neuquén y luego en La
Pampa,
donde funda la Universidad y es nombrado Decano de la Facultad de
Ciencias
Económicas. Desempeña el cargo durante dos breves meses hasta que, en
1958, lo
nombran Rector de la Universidad. Sin embargo, Mario demoró la asunción
a su
cargo para estar en Buenos Aires para el nacimiento de Claudia, su
primera
hija. Dos años más tarde haría lo mismo para el nacimiento de su
segunda hija,
Eugenia.
Hacia
1961-62 entró al Consejo Federal de Inversiones. Su tarea fue
organizar las autoridades mineras y agrarias de todo el país.
Recomendado
por Guillermo Cano, en 1964 empieza a trabajar en la
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) como Asesor
Regional
para América Latina, y también obtiene becas del CONICET para estudiar
en
Europa. Recordando las palabras de su madre, Mario no duda en
aprovechar esta
oportunidad y viaja con su mujer y sus dos hijas rumbo a Francia e
Italia.
Apenas llega adquiere un Fiat 600 y se instala en Sicilia y más tarde
en París,
donde investiga temas relacionados con la minería. La minería en esos
países
tenía los días contados y Mario aconseja a franceses e italianos que lo
mejor
es importar los minerales que necesitan.
Aunque
el dinero alcanzaba sólo para lo necesario, los meses en Europa fueron
felices. Viajaban tanto que Eugenia, por entonces la menor de sus
hijas, muchas
veces le pedía a Mario que detuviera el coche. Con las niñas pequeñas
no
faltaban accidentes dentro del auto, como el derrame de yogur antes de
entrar a
París o la mañana en que Eugenia, cerca de Nápoles, puso en marcha el
motor y
su madre debió hacer una maniobra acrobática para impedir que se
despeñaran por
un precipicio.
En
Italia alquilaban una casa en Mondelo Paese, un pueblito de
pescadores donde comían pulpo, erizos de mar, mejillones y pescados
frescos.
Allí, Mario tuvo la oportunidad de visitar todas las minas de Sicilia y
las de
muchas otras partes de la península itálica.
De
1966 a 1973 se instaló en Santiago de Chile para continuar trabajando
en la CEPAL, salvo por un breve período en 1969 -en el que nace su
tercera y
última hija, Mariana- cuando la familia viaja a Buenos Aires, ya que
Florencia
deseaba dar a luz en suelo argentino.
Previo
al desembarco en Chile estuvo a punto de irse a trabajar a Cuba,
pero ese traslado nunca se concretó porque el “Che” Guevara -que tenía
que
autorizar sus papeles- no pudo hacerlo porque estaba en África.
En
ese entonces la CEPAL suprime el sector de Recursos Naturales y a
Mario le ofrecen un alto cargo en el continente africano. Su tarea
consistía en
hacer, desde Addis Abeba y para África, el mismo trabajo que había
hecho en
América Latina. Aunque era tentadora, después de consultarlo con su
mujer,
Mario decidió declinar la oferta. A cambio, aceptó un cargo en Buenos
Aires como
Asesor de la Comisión Mixta de Salto Grande, en el que estuvo pocos
meses.
Enseguida lo nombraron a cargo de la Dirección Nacional de Coordinación
Hídrica, un organismo cuya función era coordinar los asuntos de aguas
entre
provincias y con países extranjeros. Allí se quedó hasta 1983 cuando
renuncia y
se dedica a explotar sal.
Entretanto,
su pasión por el trabajo no mermaba y dedicaba su energía a
sus clases y alumnos de la Facultad de Derecho.
Entre
fines del 79 y principios del 80 Mario pasó en Roma cuatro meses
desempeñando tareas para la FAO, pero luego de evaluar la situación
decidió
regresar a Buenos Aires, donde lo esperaban dos empleos y una salina en
funcionamiento.
A
fines de la década del 70, cansado de las malas administraciones que
había tenido la salina que explotaba, decidió ponerse él mismo al
frente,
acompañado por su familia. La mina estaba en Cardenal Cagliero (Carmen
de
Patagones) desde donde despachaba la sal en trenes de carga, hasta el
barrio de
Caballito. Mario vendía sal a granel, a empresas alimenticias y
curtiembres.
Sin embargo, el trabajo podía ser peligroso. Hacia 1977 vivía en una
pensión
con su mujer y sus hijas y solía ir armado. Los peones eran gente de
cuidado;
muchos llevaban cuchillos y la mayoría se daban a la bebida. Una tarde,
uno de
ellos quiso degollar al capataz y lo hubiera hecho de no mediar Mario,
que
luego de una tensa conversación logró convencer al hombre de que
soltara el
arma. Si bien el trabajo en las salinas era rentable, no era adecuado
para su
familia. Debido a ello, en 1986, Mario decide vender la mina.
A
partir de allí, prosigue su actividad académica en la Facultad y
publica numerosos artículos en diferentes revistas, como lo había hecho
anteriormente en las muy valoradas colecciones de la CEPAL. También la
FAO lo
contrata para poner en orden la legislación de aguas en América del
Sur,
trabajo del que surge un documento traducido a varios idiomas. Durante
la
década del ‘80 publica su primer manual, un texto consultado por
generaciones
de estudiantes de Derecho. En esa década es nombrado como profesor de
Ecología
en la Universidad de Belgrano y se desempeña en numerosas Universidades
como la
Kennedy, La Matanza, El Salvador y la Universidad Católica, sin
descuidar a los
alumnos de su amada Universidad de Buenos Aires.
Para
1990 Mario es presidente de la Comisión Redactora del Código de
Aguas de la provincia de Buenos Aires. Para redactar esa norma se basó
en el
modelo del 36 de Alberto Spota, un texto elaborado por los mejores
juristas de
la época, que nunca se aprobó. También utilizó como modelo un proyecto
previo
que había elaborado para Tierra del Fuego y el Código de Aguas de
Uruguay, que
en la década del 70 él mismo había ideado y redactado.
Sin
embargo, la vida le daría un duro golpe. Una tarde de 1993 su mujer
muere en un accidente de tránsito. Y él, con tristeza y dolor se dedica
a dar
clases a tiempo completo.
Trabajó
en la Legislatura de La Plata hasta pasado el año 2000, en temas
de medio ambiente y recursos naturales y durante sus años de retiro se
dedicó a
dar clases y consultorías.
En
2002 se casa con Magdalena Vionnet.
Para
el año 2007 la Universidad del Museo Social Argentino lo convoca
para instaurar un programa de ética ambiental en la Maestría en
Bioética y poco
después hacerse cargo del Área de Ambiente en el Doctorado en Ciencias
Sociales; en ambos casos los planes aprueban -con honores- la
evaluación de la
Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria. Hoy, esos
posgrados son elegidos por cientos de alumnos del continente
sudamericano.
Su
tarea docente fue infatigable. Son incontables los alumnos que
utilizaron sus textos. Algunos, indispensables, como el “Derecho de la
Energía”, publicado en la década del 70 o el “Régimen Jurídico de los
Recursos
Naturales”, publicado en la década siguiente. Hizo también un tomo de
“Jurisprudencia Ambiental”, donde comentaba fallos ambientales. Una
actividad
similar realizó durante casi 20 años dirigiendo “El Dial” prestigioso
suplemento ambiental que hoy dirige su hija mayor, la Dra. Claudia
Valls,
experta en derecho del ambiente.
Mario
Valls fue uno de los fundadores del Derecho Ambiental Argentino.
Desde sus inicios se destacó por su tenacidad y una férrea voluntad
para ir
detrás de sus objetivos. Vivió sus últimos años en el barrio de Palermo
desde
donde podía ver el bosque, que tanto le gustaba, desde su balcón. Era
un hombre
sencillo que amaba la música clásica (sobre todo, Beethoven), el tango
y el
folklore y que mantenía su pasión leyendo y releyendo libros de
historia
argentina, americana y europea. Cuando no estaba estudiando realizaba
largas
caminatas por las calles de su barrio y a veces solía ir a nadar. Este
hombre,
pionero en su materia, confesó alguna vez que le hubiera gustado
redactar un
Código Ambiental para la Argentina y que de no haber sido abogado le
hubiera
gustado dedicarse al campo. Y siempre, siempre, decía que le gustaría
volver a
Mar del Plata.
Si
le preguntaban por qué debemos cuidar el ambiente respondía que hay
que cuidar la propia casa, y mientras citaba Laudato si,
del Papa
Francisco, encomendaba a las nuevas generaciones la tarea de lograr que
el
esfuerzo de trabajar por el ambiente fuera reconocido y
valorado.
Para
Mario el mayor orgullo era su familia y amigos.
A
lo largo de los años conoció alegrías y sinsabores, buenos momentos y
de los otros. Pero era generoso: sabía reconocerle a la vida las
sorpresas que
le había dado. Porque, como solía repetir con plácida sabiduría: “si
bien
conozco la puñalada trapera, también conozco la ayuda
inesperada”.
Mario
Francisco Valls, una vida, una vocación y un legado que perdurará
más allá del tiempo, del azar y del olvido.
Citar: elDial.com - CC6D4D
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