La reedición de este célebre relato resulta feliz y oportuna, ya que el cuento en cuestión pone en evidencia varias cosas. Como se recordará, su objeto versa sobre exploradores que quedan atrapados dentro de una caverna, y matan a uno de ellos para sobrevivir. Rescatados los supervivientes, son condenados por homicidio en primera instancia. La historia narra el fallo de la Cámara de Apelaciones.
Quizás una de sus principales contribuciones sea marcar nítidamente los perfiles de la función judicial. Así, la contraposición entre los que podríamos denominar “jueces valoristas” y los “jueces silogistas” se hace harto patente. Dos magistrados toman senderos férreamente legalistas, mientras que otros dos (incluso el muy logrado juez Foster) adoptan posturas desde la jurisprudencia realista de los valores (“valuoriented jurisprudence”). El sentenciante restante despliega todo un esfuerzo dialéctico, para finalmente declararse incompetente.
Resulta sencillo, de acuerdo con la escala axiológica y principista de cada uno, identificarse, en más o en menos, con cada personaje y sus tribulaciones.
Un segundo aspecto a rescatar en esta narración es la notoria interacción que se produce entre los jueces quienes, con honestidad y sinceridad intelectuales, aparecen, por ejemplo, criticándose a fondo. Ello es muy común en los tribunales colegiados del sistema anglo-americano, incluso la mismísima Suprema Corte de los Estados Unidos.
Finalmente, la condena capital que queda firme revela el costo humano que toda decisión involucra. A la muerte del explorador Whetmore, se le deben sumar la de diez socorristas y ahora la de los cuatro condenados. Tanta deliberación y debate para un resultado por cierto tan nefasto.
Obviamente, la riqueza de este pequeño volumen no se agota con una sola lectura, y su uso se hace muy recomendable, como fue concebido, como herramienta pedagógica en las Escuelas de Derecho. En síntesis: una entretenida muestra de sociología judicial.
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